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Ruta de seis días por Suiza. De Basilea al lago Lemán.
Comienzo la época estival en Suiza. Un solsticio de verano esta vez pasado por agua dulce, en uno de los lagos más grandes del occidente de Europa. El país alpino no tiene mar, y no lo necesita. Aquí las tardes más largas del año se disfrutan con un baño en el Rin, una limonada al atardecer, una ruta de senderismo por alta montaña, un paseo en bicicleta tras los pasos de Chaplin o Freddie Mercury. ¡Ellos sí que sabían buscar rincones inspiradores!
En mi ruta de seis días por Suiza voy a combinar ambos placeres: el rural y el urbano. Pueblecitos tranquilos rodeados de viñedos con la gran ciudad, entre tranvías y bicicletas. Alternar la pura naturaleza con las visitas culturales. ¡Por suerte todo esto es posible en Suiza!
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Basilea, la ciudad del arte al borde del Rin.
Un vuelo de Madrid a Zurich y una hora de tren. A medio día ya estoy en Basilea, en la frontera con Alemania. Muy próxima a la Selva Negra, las similitudes en la arquitectura me hacen vivir en un deja-vù a cada rato. Sus calles medievales, sus fuentes con dioses grecorromanos, la románica fachada de la catedral en piedra rojiza… Esta ciudad es hermana de Friburgo, a tan sólo una hora en coche. Y es que la roca fue sacada de la misma cantera, hace ya mil años.
Comparaciones aparte, Basilea es para mí una sorpresa. Tranquila y coqueta, su centro histórico permanece intacto, como si se hubiera congelado en el tiempo hace más de trescientos años. Por él apenas hay tránsito. No vienen muchos turistas a Basilea, me dicen. Lo entiendo: el principal reclamo de Suiza es su espectacular naturaleza. Por lo que ciudades como ésta pasan desapercibidas, injustamente.
Rica en museos y en pinacotecas, me hace un guiño desde la pared el cartel de «Hola Prado» del Kunstmuseum. El principal museo de Basilea acoge temporalmente a 26 obras maestras trasladadas desde Madrid que se exhiben junto a las inquilinas permanentes de Picasso, Goya, van Gogh o Kriml. Creo que necesitaría toda una semana para empaparme de arte en los más de treinta museos que alberga esta capital de la cultura. Por lo que me decanto por la Fundación Beyeler, una colección privada instalada a las afueras de la ciudad, en una moderna construcción dotada de gran luz natural y espacios diáfanos. Imprescindible para los amantes del arte contemporáneo.
«La idea no es vivir para siempre, la idea es crear algo que sí lo haga». Andy Warhol
Pero si hay algo que me atrae continuamente de Basilea es el Rin. La gran arteria que fluye por la ciudad, dotándola de vida Hace calor y por la tarde su ribera se convierte en el escenario perfecto para refrescarse y desconectar: terrazas con helados y cerveza, músicos ambulantes… Y, lo que más me sorprende, gente tomando el sol y bañándose. En sus orillas el verano se siente y se disfruta en una auténtica playa tierra adentro.
Subo al transbordador por 1,60 francos (al cambio es igual al euro) y con un curioso sistema de cable al son de la corriente en unos minutos estoy al otro lado, bajo la catedral de Basilea. Su interior es austero, como marca la tradición en todas las protestantes, con un estilo sobrio y a la vez elegante. Sus muros custodian las tumbas de importantes burgueses y personajes ilustres, pioneros de la industria química indispensable para lo que es la ciudad hoy, central de dos grandes farmacéuticas. La más destacada es el sepulcro de Erasmo de Rotterdam, el viajero humanista del Renacimiento, quien pasó largas temporadas en Basilea.
Tap, tap, sigo gastando las suelas de mis zapatillas por el centro de Basilea, alegrándome la vista con el amarillo de los girasoles en los puestos del mercado. El edificio del Ayuntamiento en granate y dorado desprende el orgullo con el que fue levantado, para celebrar el ingreso de la ciudad a la confederación suiza en 1501. Desde aquí se abren las calles comerciales con nombres de especias, en las que ahora se combinan los comercios tradicionales de joyerías y chocolate con multinacionales de escaparates a la última moda. En Basilea convive lo moderno y lo clásico en armonía.
Atardece junto al Rin. Es hora de cenar en una agradable terraza, un delicioso salmón con ensalada de quinoa, y despedirme. Tengo que seguir mi viaje hacia el sur, poner rumbo al lago Lemán. Por el momento esto es todo de Basilea; ya habrá tiempo para más.
Sueño de verano a orillas del lago Lemán.
El tren se desliza veloz, mostrando esa Suiza que imaginaba de granjas, vacas pastando, montañas de abetos y azulados ríos. El alemán ha sido sustituido por el francés. Me apeo en Lausanne, en el mismo labio del Lemán. Estoy en la ciudad olímpica, construida sobre colinas, dispuesta a hacer que sus habitantes se mantengan en forma a base de subir y bajar cuestas. Aunque, para los más perezosos o con prisas, autobús y metro funcionan con puntualidad rigorosa. Y, lo mejor, es que por ser turista tengo una tarjeta de movilidad para desplazarme con total libertad en el transporte público, dispensada por todos los hoteles. También me la dieron en Basilea.
Desde la terraza de mi habitación diviso las montañas francesas al otro lado. El lago brilla arrojando destellos de sol, con agua nítida y apetecible. Un almuerzo temprano y ligero. Me espera la guía para explorar los secretos de una elegante ciudad, cuidada y querida por sus residentes. Así en un primer impacto, lo que más me llena de Lausanne es su ambiente cultural y cosmopolita. Es el día de la música y por las plazas resuenan pequeños conciertos. No es algo aislado, en verano los eventos al aire libre son la delicia de habitantes y foráneos, invitando a hacer esa vida de calle que tanto nos gusta a los sureños.
De repente, ¡sorpresa! Una concha compostelana sobre fondo azul, demasiado familiar. ¿Qué significa? Por Lausanne transcurre el Camino de Santiago que parte desde Italia. Siguiendo la dirección que marca la flecha amarilla a los peregrinos penetro al interior de la catedral, edificada en el S.XI en la colina de la Cité. Un órgano único en el mundo, una vidriera medieval cuya luz proyecta sobre el suelo con cristales de color las cuatro estaciones y la tumba de una princesa rusa son algunos de los tesoros de esta gran joya románica. Junto a la llama tenue de una vela se representa al apóstol Santiago. El sello que se estampa a los peregrinos es un dibujo del rosetón de Lausanne.
Chocolates, compras, el señorial edificio del Casino… Mi tarde en Lausanne finaliza con una interesante a la par que inquietante visita al Museo de L´Art Brut. Casi mil obras repartidas en tres plantas en las que asomarse a lo más oscuro de la mente del ser humano. Esculturas, pinturas e incluso vestimentas elaboradas por gente que vivió en el margen de la sociedad: presos, internos de un psiquiátrico o con problemas de otra índole. Original y rompedor, a la vez que un tanto turbador.
Otro atardecer de ensueño al borde del lago. Al día siguiente marcho de Lausanne sin olvidar visitar otro de sus imprescindibles: el museo Olímpico. Un paseo por la historia de los juegos desde que fueron creados por los griegos en la antigüedad hasta hoy, incluyendo una exhibición antorchas, mascotas, equipaciones y recuerdos de los hitos emblemáticos en el deporte mundial.
Montreux, el refugio de Freddie Mercury.
«Si quieres paz mental ven a Montreux«, escribió el gran Freddie Mercury. El viaje continúa en tren bordeando el lago, entre pueblos y viñedos verticales aferrados a las laderas. La estatua del eterno vocalista de Queen recuerda en la plaza que los grandes genios nunca mueren. Flores frescas a sus pies, en el corazón de Montreux Freddie vivirá para siempre.
«My soul is painted like the wings of butterflies
Fairytales of yesterday will grow but never die
I can fly, my friends…»
Así es. Montreux me conquista al instante: sus callecitas empinadas por medio de las que fluye una cascada; Su pequeña iglesia entre las parras cargadas de uvas que en unos meses serán delicioso vino; el paseo de las Flores… La tarde, a casi 30 grados, invita al baño. Y el agua, al contrario de lo que pensaba, está templada. Sí, definitivamente Montreux es un sitio fabuloso para saborear el verano en Suiza.
Del último andén de la estación de Montreux parte uno de esos trenes cremalleras que reptan por la montaña hasta las cumbres de los Alpes. Ascender a Rochers de Naye permite captar unas impresionantes vistas panorámicas de los Alpes suizos y franceses, entre picos nevados, prados salpicados de flores y marmotas autóctonas. El lago Lemán permanece de telón de fondo como una mancha azul distante. El punto exótico, las yurtas mongolas y un pequeño altar budista que me recuerda a mis días en aquellas lejanas tierras nómadas.
Vevey, el mundo de Chaplin.
Vuelta a orillas del Lemán y parece que Mercury no fue el único que sucumbió a su embrujo. Vecina de Montreux es la encantadora villa de Vevey, hogar de la familia Chaplin. Y es que el genio del Séptimo Arte en blanco y negro vivió nada menos que 25 años en una elegante mansión, hoy museo cinematográfico. Pero no sólo su casa, los escenarios de sus películas, sus personajes, sus historias… Cobran vida en el edificio anexo: Chaplin´s World. Intenso y emocionante, hay que vivirlo.
El broche de oro a este viaje de seis días por Suiza lo pone la visita al castillo de Chillón, una fortaleza medieval romántica envuelta en leyendas. Patio de armas, torreones, pasadizos, salas y mazmorras… Un viaje a la época de los caballeros que inspiró a Rosseau, Víctor Hugo, Alejandro Dumas o Lord Byron, autor del poema «El prisionero de Chillón» en honor a François Bonivard.
Un tren de regreso a Zurich. Digo adiós al lago Lemán, a los Alpes, a la verde Suiza desde la ventanilla con un suspiro… El conjunto de experiencias me ha dejado exhausta pero feliz, con una pizca de nostalgia. Han sido días intensos y magníficos. Abro el cuaderno, destapo el bolígrafo… ¿Por dónde empiezo? Creo que este pequeño viaje por Suiza va a dar para muchas crónicas…
Gracias a Turismo de Suiza por invitarme a conocer el país en esta maravillosa ruta de seis días por Suiza.
Sara de Viajar Lo Cura Todo
Menuda ruta, ¡qué bonito el tren! Suiza es un país para perderse, no hay duda de por qué tantos famosos pasaron por allí!
cosmopolilla
Tontos no eran, ja ja ja gracias Sara, besotes
Kasia & Victor por el mundo
Patri, que vistas más espectaculares! La verdad que Suiza nos atrae desde hace tiempo. Yo que soy polaca siempre era mucho de montaña aunque llegué a conocer tan sólo Austria. Suiza se quedó por allí, pendiente, esperando tiempos cuando estemos de vuelta en Europa y con bolsillos llenos.
Hace unos meses conocimos a una pareja de suizos con quienes hicimos muy buena amistad. Coincidimos en China, Tailanda, Malasia y ahora esperamos encontrarnos de nuevo en Indonesia, todo el tiempo haciendo grandes planes para Europa. Entre otras cosas, visitar a nuestros amigos suizos. Me hace mucha ilusión ver el Materhorn, prados verdes y más montañas. Ahora otros amigos de Barcelona nos mandan fotos por whatsapp desde… Suiza! Así que parece haber un complot para que vayamos a Suiza, jajaja… Bueno, sin escribir más, un saludo desde Tailandia. K.
cosmopolilla
Hola chicos, muchas gracias por vuestro comentario. Lo cierto es que todos los países de alrededor de Suiza los conozco (Austria, Alemania, norte de Italia…) Y Suiza era un gran pendiente. Por fin he saldado la deuda ¡pero me he quedado con ganas de más! No decepciona… Así que tendéis que ir 😉 un abrazo
Mac Woman
Esplendido fue el viaje que finalmente mi pareja y yo hicimos a Suiza hace un año. Particularmente solo fui a 4 de las locaciones que describes y lo repetiría una y otra vez año tras año. A la próxima iré a Castillo de Chllons, se ve muy a mi gusto…recomiendo a todos que vayan sin pensarlo, la gente es amable y eso si, estricta con los horarios jaja. Saludos y sigue así
cosmopolilla
¡Gracias! Cierto, los horarios son como en toda Europa muy exactos, sobre todo las comidas, yo la verdad que no tengo problema y me habitúo pronto. Un saludo