Atardece en el puerto de Luanco. Llueve y hace frío, pero no importa. Asturias me gusta así. Creo que es más auténtica en invierno, gris y verde; solitaria y tranquila; con olor a salitre y hierba húmeda. Esa es la imagen que conservo de cada viaje, de cada ruta por Asturias de la que siempre vuelvo con ganas de más.
Camino por el Muelle entre sus casas multicolores, de ventanales de cristal y madera nueva, hasta un bar cercano. Antes de empezar a beber sidra aquí el ritual es tomar un caldo. Elijo uno delicioso de marisco, de esos que devuelven el calor a la sangre y al ánimo. Frente a mí la bahía se torna borrosa entre la bruma; apenas se distingue la isla del Carmen, en la que tantas buenas paellas y risas se comparten en los días largos de verano.
Callejeo y me detengo en otro bar de mis predilectos: el Aldeano. Ahora sí se puede beber un culín. Poco a poco se va llenando de lugareños y personajes entrañables, como Patico, quien no escatima en bromas y batallitas de cuando estaba cuidando seis patos y una oca en la base militar de Rota. Historias de la puta mili. Detrás, señores jugando a las cartas entonan canciones marineras, una que habla de una lancha que se hizo al mar. Pero el son se detiene cuando el camarero sintoniza el televisor: hoy juega el Sporting. Fuera sigue chispeando. Pero mejor cerremos la ventana y pidamos otro culín.
Me quedo con las ganas de saber qué le paso a esa barquita de la canción… Seguro que nunca volvió de la mar, de ese mar que ahora está gris y oscuro; es imposible adivinar su fondo. Los días que llevo aquí sólo he visto un Cantábrico revuelto y enfadado, que agita con sus olas de espuma a las pequeñas barquillas que se balancean inquietas. Hoy me cuesta imaginar aquellos tiempos en los que Luanco era un puerto ballenero, donde arribaran esos enormes cetáceos del Atlántico Norte. Entonces, me cuentan, una centena de barcos pesqueros atracaban en su muelle.
Sosteniendo el paraguas y ya con algo más de temperatura sigo el paseo, que desemboca en la iglesia de piedra. Hermosa catedral del mar, tan gris como el entorno que la rodea. Rígidos árboles desnudos, extienden sus brazos al cielo como implorando un rayo de sol que les acaricie, antes de que el musgo se adueñe sin piedad de todo su esqueleto. Dentro de la iglesia de Santa María reina la oscuridad, pero de fondo suenan las notas solemnes y profundas del órgano. Alguien echa una moneda y de repente se iluminan las tallas antiguas, incrustadas en dorada opulencia.
Es tarde ya. Las sombras van devorado el pueblo y el mar sólo es una mancha oscura allí abajo. Las luces de las sidrerías claman su atención. Hora de cenar delicias asturianas; aquí confieso mi plato preferido: las almejas a la marinera. Nunca las comí tan ricas…
Pero tranquila, tranquila, no gastes todo el pan mojando en la salsa; esto sólo es el entrante… ¿Seguimos? De segundo, una parrillada de pescado y marisco: cigalas, bogavante, mero y otros bichos de las profundidades, amontonados de forma que parece que no se van a acabar. Y, sin embargo, se acaban.
De postre, un trocito de tarta casera de castañas con chocolate, además de pastel de queso afuega´l pitu. ¡Pero qué bien se come en este pueblo!
Puede que esta velada fría de invierno no acabe nunca, porque alegres son las noches del pueblo asturiano. Puede que mañana la resaca de la sidra se cobre su precio. O quizá me levante fresca como la lluvia que no cesa, y me acerque al vecino Cabo de Peñas a contemplar el espectáculo salvaje y fascinante: cómo las olas se estrellan contra su peñasco, allí donde no hay nada más que mar, mar infinito y gris hasta el horizonte.
Sigue viajando por Asturias en el blog:
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Gijón ayer y hoy: un paseo por la historia de la mayor ciudad de Asturias
xevimayo
¡Excelente relato!
A medida que iba avanzando en la lectura he oído las olas romper en las rocas, he visto la niebla como me iba envolviendo y el frio ha calado en mis huesos: mi alma ya ha estado en Luanco.
Sinceramente me has dejado con el deseo de viajar por Asturias y especialmente recorrer las calles y tabernas de este pequeño pueblo costero.
Acerca del texto: (Si quieres borra luego este párrafo)
Para mí, el texto discurre muy ágil, con una belleza descriptiva rica en metáforas, muy acertadas. Quizás, el trocito de descripción de la cena, corta un poco el ritmo de la narración, creo que le falta un poquito más de “alma”, pero esta es solamente mi humilde opinión. ¡Eh! Y no lo digo porque yo sea vegetariano 🙂 ya que no hace mucho tiempo que también disfrutaba de estos esquicitos mangares y la verdad es que se ven muy apetitosos 😉
¡Felicidades!
@lacosmopolilla
Muchas gracias por tu comentario. Además te has mojado y me has dicho lo que te gustaba más y menos (claro que no lo voy a borrar) y eso se agradece para mejorar. Un abrazo y anímate a ir a Asturias, a mí es una tierra que me enamora.
Víctor Sánchez (DinkyViajeros)
En Asturias se come de maravilla. Me ha entrado un hambre terrible viendo esas almejas a la marinera y la parrillada de pescado y marisco. ¡Qué pinta! 😀
Un relato precioso. 🙂
@lacosmopolilla
¡Gracias! La verdad es que sí, soy una auténtica fan de la comida asturiana: el pastel de cabracho, los fritos de pichín, mejillones, almejas, fabes con orizios, el cachopo… Hmmm un abrazo
Angel
¿En q bar o restaurante ponen esas almejas y parrillada en Luanco, como se llama?
Gracias
@lacosmopolilla
Hola Ángel, esas ricas almejas y parrilladas (y el postre) son de la sidrería Las Delicias, una de mis favoritas en Luanco.
¡Gracias a ti por leer mi post! Un saludo
CompassTrip
Has conseguido que siendo las fechas que son y después de las comidas navideñas aun tenga hueco para saborear aun más esa comida! Qué bien se come en el norte 🙂
Saludos viajera!
@lacosmopolilla
Je je je ¡gracias! Un saludo