El viento del Atlántico me alborota el cabello mientras me asomo impaciente por la borda del barco que ha zarpado hace una hora del puerto de Angra dos Reis. Ilha Grande se va perfilando en el horizonte como una silueta cada vez más nítida de color verde esmeralda y trazos puntigados. Por fin, desembarcamos en el pequeño muelle de Vila do Abraao, que sin llegar a las tres mil almas es la capital de la isla.
Cuando engullía mapas y guías previo mi viaje por el sur de Brasil, en algún lugar leí que Ilha Grande era conocida como «el Caribe Brasileño» por las aguas turquesas de sus playas, rodeadas de tupida selva tropical. No dudé que ésta sería una parada ineludible de mi itinerario, entre la colorida Río de Janeiro y la ecléctica Sao Paulo por la Costa Verde.
La sensación inicial: ¡qué tranquilidad! Después del caos de Río, su intenso tráfico… Apearme en esta isla cuyo acceso sólo es posible por vía marítima, por lo que no circulan vehículos a motor, me transmite una paz intensa. Hasta mí sólo llega el ruido de las olas, las risas de los niños jugando a la pelota en la playa, el timbre del carrito de los dulces o el repicar de la campana de una iglesia estilo caribeño pintada de amarillo.
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Alojamiento en Ilha Grande.
Con la mochila en la espalda nos adentramos por sus calles de arena a la caza de un hostel que nos convenza de aspecto y precio. Tenemos suerte: en agosto es temporada baja, el «invierno» tropical, por lo que están todos semivacíos. De hecho el cielo está cubierto de nubes y el aire huele a lluvia. La temperatura ha bajado de 25 a 18 grados gracias a un frente del sur. Pero eso no nos impide una vez instaladas salir a explorar los alrededores. Hemos tenido que pagar en efectivo la Pousada Ouro Verde: aquí no conocen los datáfonos. Es más, ni siquiera hay un banco o cajero en toda la isla. Menos mal que veníamos prevenidas.

Pousada Ouro Verde
Excursión a la Praia Lópes Mendes.
En la calle principal los pequeños establecimientos exhiben los paquetes que ofrecen a los turistas, con un gran surtido de actividades acuáticas: buceo, snorkel, paseos en barco o lancha hasta las calas más recónditas de la isla, como la Laguna Verde o el Lago Azul. Aunque no hace mucho día de playa nos decidimos por coger una excursión a la Praia Lópes Mendes, al otro lado de la isla y recomendada por un amigo.
Tras un agradable paseo de media hora en barca, admirando los bordes de la isla, nos desembarcan en la pequeña bahía de Pouso. La arena es dorada y fina, como la del desierto. Alrededor sólo hay mata atlántica, un bosque espeso verde brillante, que se apretuja feroz entre las rocas oscuras y el agua. El mar está como un plato, turquesa y cristalino. Las palmeras que sobresalen de la espesura terminan de transmitir esta postal caribeña: efectivamente parece que estemos en las Antillas y no en una isla en medio del Atlántico.
La Praia de Lopes Mendes está al otro lado del sendero, señalan con el brazo a un camino imperceptible que se interna en el bosque. En un par de horas nos recogen de vuelta con la barca, nos dicen con ese acento brasileño cantarín al que ya nos hemos ido habituando. Durante veinte minutos caminamos por la vereda de tierra siendo observadas por monitos sawis y pájaros extraños a los que no les gusta nuestra intromisión en su selva, hasta llegar a la popular praia. No me extraña que sea una de las más bellas de Brasil: rodeada de verde, mar abierto y suaves olas que rompen en terraza. Una playa virgen. Lástima que no acompañe el tiempo para darnos un chapuzón…
El pueblo «fantasma» Dos Ríos.
De vuelta a Abraao oscurece. Un rico caldo verde de cena y a dormir, esperando que el nuevo día haga mejor para aprovechar bien la estancia en Ilha Grande. Sin embargo, no tenemos suerte: sigue nublado y con chubascos. Nada de playa, así que optamos por una ruta de senderismo hasta Dos Ríos, un pueblo a dos horas de camino atravesando la isla.
El trayecto transcurre a la sombra del Pico do Papagayo, una montaña cubierta de vegetación con casi mil metros de altura. Exuberantes flores tropicales, arroyos, piedras pintadas de musgo, y sobre todo selva salvaje es lo que domina el paisaje…

Caminata a Dos Ríos
Dos Ríos y su cárcel abandonada.
Hasta hoy puedo asegurar que Dos Ríos es uno de los lugares más recónditos e insólitos del mundo en los que he estado. A él sólo se llega por este camino a dos horas de Abraao o bien en barco si no hay temporal. Su aspecto es el de un pueblo fantasma, olvidado del tiempo y el espacio, devorado por el bosque. Los columpios están vacíos. El colegio también. No hay nadie con quien hablar, excepto una anciana señora que en una chabola diminuta nos vende dos botellas de agua a precio de oro.
Parece que Dos Ríos aún conserva su aire de pueblo maldito: en el S.XIX albergaba un local de cuarentena para extranjeros enfermos que venían a Río de Janeiro. Posteriormente se convirtió en una colonia de enfermos de lepra. Más tarde, durante el Estado Novo, por su aislada ubicación se construyó una prisión a donde mandaron a algunos de los más peligrosos criminales del país y fue donde acabaron los presos políticos de régimen militar de 1964. El presidio fue desalojado en 1994 y hoy sus instalaciones se pueden visitar, convertido en una especie de museo o memorial, tan solitario y tétrico como el resto del pueblo.
Nuestro último día en Ilha Grande por fin sonríe el sol. ¡Podemos disfrutar de unas horas de relax en sus paradisíacas playas! No nos queremos marchar… En el fondo siento una pizca de envidia de la joven argentina que nos atendió en la pousada. ¡Este sí que es un lugar para perderse del mundo!

Ilha Grande
Pero hay que seguir el camino… Volver al continente. Nos espera el pueblo portugués de Paraty, Sao Paulo y la descomunal canción del agua en las Cataratas de Iguazú.
Adeus, Ilha Grande…

llha Grande
Lee la aventura completa en: Soñar Brasil, sentir el sur.
Mar Vara
¡Qué preciosidad de sitio! Me perdía por allí ahora mismo.
Me ha gustado mucho tu relato y me ha impactado la historia de Dos Ríos, ¡parece de película de miedo!
El resto de la isla parece totalmente el paraíso. Un lugar a tener muy en cuenta si voy a Brasil.
Un abrazo y que tengas un feliz 2016, más viajero si cabe.
cosmopolilla
¡Muchas gracias, Mar! Me alegro de que te haya gustado. Sí, Dos Ríos tiene esa atmósfera inquietante, supongo que tampoco el día acompañó con la lluvia, si hubiera ido un día muy soleado quizá la percepción hubiera sido distinta… Pero desde luego Ilha Grande es un paraíso al que volvería sin dudarlo.
Un abrazo enorme y ¡feliz y viajero 2016!
Rebeca
Hola Patri,
Me ha encantado todo lo que cuentas, me trae muchos buenos recuerdos, mi primer viaje al otro lado del charco fue Brasil y pasé unos días increíbles en Ilha Grande, no conocía la historia de Dos Ríos muy interesante…
Un super Abrazo de tu super Fan
cosmopolilla
Muchas gracias, Rebeca. Me gustó muchísimo aunque la verdad me encantaría volver y que me hiciera sol espléndido para disfrutar a gusto de esas playas paradisíacas, repetiré seguro. ¡Un abrazo enorme!