6.30 de la mañana. Rabat. «La oración es mejor que el sueño». La voz del muecín quiebra el alba. Se rompe el silencio que hasta ese instante envolvía el riad como un velo apacible, desde el patio de zócalos amarillos hasta el piso superior donde duermo. O mejor dicho, dormía. Primero es un murmullo distante, que va ganando en nitidez y volumen. Se unen el resto de minaretes de la ciudad, creando una cadencia de ecos magnética. Es como si todas las mezquitas de Rabat dialogaran entre ellas.

Echa un vistazo a los imprescindibles que ver en Rabat, la capital marroquí.

Patio del riad

Y claro, me despierto. Hace frío y aún es de noche. Tiemblo pero me asomo a la ventana. Rabat abre los ojos entre la niebla. Su imagen parpadea, con una apariencia un tanto fantasmal y blanquecina. Pero no sólo yo desperté. Tras oír la señal, el riad Jbara cobra vida. La luz de la cocina se prende. Se enciende una tetera. Amina es la mano invisible que cocina los desayunos a las huéspedes hambrientas de dulce y aventura. La guardiana de este pequeño palacio en un recoveco cualquiera de la Medina. Esa que voy a recorrer cuando ya se ha abierto el día y la llamada a la oración que me sobresaltó de madrugada parece un sueño lejano. La cancela se abre y da paso a la maraña de los estímulos.

Medina de Rabat

La Medina de Rabat.

Se está montando el mercado. Entre el trajín, ojos y olfatos se saturan de nuevos registros. Naranjas apiladas. Pirámides de aceitunas en perfecto equilibrio. Gallinas cloquean. Patas de camello troceadas en un mostrador. Esquivo un carro. Tres gatos pelean por una sardina. Gana el rubio jaspeado. Ras el hanout, comino, cúrmuca y otras tantas especias. Ajos, bálsamos y quién sabe qué remedios. Un horno de pan con una larga cola. Alguien vende cuernos de gacela. «Tu veux un peu?»…» No, merçi»… La medina de Rabat es una gran lonja, palpitante y caótica. Al deambular por ella siento la fascinación de lo cotidiano, que en Occidente perdimos hace tiempo. Sin embargo, noto una diferencia sustancial con Marrakech: aquí no son insistentes. Aquí apenas hay turistas. Aquí, casi soy invisible. 

Sin duda esta es de las medinas mas auténticas que ver en Marruecos. Cero extranjeros. 

Especias, Rabat

Rabat moderna. 

Oración de mediodía. Sin embargo, ese encanto genuino se desvanece a un paso de la muralla. La fachada más moderna de Rabat me trae de vuelta al siglo XXI en la gran avenida de Mohamed V. Edificios coloniales, mansiones de estilo europeo, cajeros automáticos, la estación de ferrocarril, petit taxis azules que discurren bajo una perfecta hilera de palmeras en dirección a la torre de Hassan… Y coquetos cafés que bien podrían estar en la Gran Vía madrileña. Aunque me fijo en que sólo hay hombres. Sí, esto también en Rabat. Pero yo camino en dirección al mar, buscando la Alcazaba.

Alcazaba de los Udayas

La kasbah de los Udayas. 

El arco del tiempo. Bab el Kebir es la puerta que da acceso a la Alcazaba de los almohades. Huele a Atlántico. No hay duda de su proximidad: la humedad penetra en los huesos y me abrocho el abrigo. «Marruecos, país de sol frío» leí en alguna parte. Paseo por la kasbah en un deja-vù con Assilah, Essaouira u otras perlas costeras. Callejuelas pintadas de blanco y azul, puertas bordadas de bungavillas, tiendas de kaftanes y chilabas…

Alcazaba de Rabat

Una sonrisa mellada y ojos oscuros. El pequeño me ofrece una rosa pero no la acepto, porque quiere unos dirhams a cambio. Niego con la cabeza. «Comment tu t´appelles?«… «Abdou«. «Comment s´appelle?» Señalo el gatito gris que juega en sus tobillos. Pero no tiene nombre, porque no es su gato. Los gatos no son de nadie en Marruecos

Gatos de Rabat

Continúo mi paseo, inventado la ruta. Esta fortaleza dio cobijo a miles de moriscos expulsados por el rey Felipe III de la Península Ibérica allá por 1609. Así, las fuentes decoradas con azulejos de estrellas, los jardines, estanques, jazmines, hablan de la nostalgia de al-Andalus.

Jardines Andalusíes de Rabat

Desde la plaza rectangular de la Alcazaba mi mirada se pierde en ese azul infinito. Un océano donde desemboca el río. Un cuadro marinero de gaviotas y barquitas bailando con la marea. Al otro lado está Salé, república fundada por esos mismos exiliados que, en venganza, se convirtieron en temibles corsarios. Azotaron sin piedad las costas de Andalucía. 

Salé desde la Alcazaba de los Udayas

Mezquita de Hassan y mausoleo de Mohamed V. 

Cae la tarde cuando abandono la kasbah. El sol poniente proyecta la sombra esbelta de las palmeras sobre los muros de adobe. Con un cielo añil esquivo al guardia de seguridad para asomarme al bosque de columnas que rodea la antigua mezquita. Están cerrando. La torre de Hassan, un minarete hermano en tiempo y en estilo a la Giralda de Sevilla y la Kutubiyya de Marrakech, es lo único que quedó en pie tras el terremoto de Lisboa. Anexo, deslumbra el lujo del mármol blanco del mausoleo destinado al último descanso de Mohamed V. El guardia regaña. Se agota el tiempo y tendré que regresar al día siguiente.

Torre de Hassan
Mausoleo de Mohamed V

El Zoco del Oro.

Hora de volver al riad, deshaciendo el camino. Aunque esta vez cruzo Souk es Sebat, bajo un techo de juncos. Un zoco de artesanos de la plata y el oro, destellos de lámparas y el olor penetrante de las babuchas y prendas de cuero. Muchos comerciantes están ya echando el cierre. Las plazas de la Medina se impregnan del humo de los puestos ambulantes. Pinchos de carne y pescado, con o sin pan, por siete dirhams. Se compra y se come de pie, o sentado en una banqueta de plástico. Sólo hay hombres. ¿Dónde están las mujeres en Rabat?

Tienda de lámparas en el zoco

Huele bien pero me contengo. Amina me espera calentando una deliciosa harira, esa sopa espesa y reconfortante. Suena la oración de la tarde. Salat

Harira en Rabat

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Kasbah de los Udayas, Rabat

Publicado por cosmopolilla

La vida es el arte de lo imposible. Licenciada en Comunicación Audiovisual, mi pasión es viajar. Desde 2013 lo cuento en mi blog.

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6 comentarios

  1. ¡Me he quedado loco con Rabat! Al ver algunas imágenes jamás hubiera pensado que era la capital marroquí. Parecen como de los pueblecitos azules del norte de nuestro vecino del Sur. Veo que es un destino muy completo, con su alcazaba, su zoco y su mezquita. Y con una historia muy ligada a nuestra Andalucía, siendo refugio de muchos moriscos expulsados de nuestra tierra. Genial post Patri!

    PD. Qué pena lo de los gatitos sin nombre

    1. Ay, sí, Dani, además todos los gatitos se quieren venir conmigo… Aunque al menos los tratan bien y les echan de comer (por lo que yo he visto). Es muy recomendable Rabat, ¡me sorprendió gratamente! Un abrazo

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