Paraty, el pueblo portugués de Brasil, es ese daguerrotipo que se quedó tras el cristal de la tienda de recuerdos de Río de Janeiro cogiendo polvo, sin que nada en la fotografía mudase: la iglesia blanca, la calesa tirada por caballos bajo el campanario, las piedras redondeadas del suelo destartalado, las ventanas pintadas en verde, azul y amarillo.

Iglesia de Santa Rita, Paraty

El pueblo portugués de Paraty es uno de los lugares imprescindibles que visitar en una ruta por el sur de Brasil.

Varada en Paraty, el pueblo portugués de Brasil.

En contraste con la loca y vibrante Río de Janeiro, donde la vida transcurre de forma apresurada, en Paraty las horas se dilatan. Es como si la aguja del reloj se detuviera, cansada de caminar. La calma se apodera de un lugar que se mantiene igual que hace cien años. Atrás quedaba el Cristo de Corcovado con sus brazos extendidos, como abrazando a la ciudad, el Pan de Azúcar y las tardes en Ipanema tomando una cerveza skol bien fresquita. Y el frente lluvioso en Ilha Grande, la isla paraíso de la Costa Verde. Por fin en Paraty lucía el sol.

Por fin sol en Paraty

La historia de Paraty está ligada a la sed de oro de los colonizadores. Y es que los portugueses se asentaron en este enclave atlántico al sur de Río en el S.XVI, pero no fue hasta dos siglos después que Paraty cobró gran importancia y vivió su época de esplendor, al descubrirse el yacimiento de oro de Minas Gerais. El antiguo camino indio que cruzaba la agreste Serra do Mar se convirtió en una de las principales rutas de Brasil, con parada obligatoria en Paraty entre las minas y Río de Janeiro. Pronto se expandió su puerto, donde se embarcaba el oro rumbo a Europa. Sus habitantes se enriquecieron y construyeron bellas iglesias, casas y plazas de estilo colonial.

Calles encantadas de Paraty

Pero los años de bonanza fueron efímeros y con la nueva ruta que se trazó por la Serra dos Órgaos desde Río hasta Minas Gerais, mucho más corta, llegó la decadencia. Paraty se quedó casi vacío, como un pueblo fantasma añorando tiempos mejores.

Iglesias coloniales estilo portugués

Con el S.XIX se recuperó un poco, gracias al auge del café, aunque se mantuvo totalmente aislado solo accesible por mar hasta los años 60 del siglo XX, cuando se construyó la carretera que lo uniría con Río al norte y con Sao Paulo al sur.

Paraty

Y es por esto que su casco histórico se ha conservado intacto: caminar por sus calles es hacerlo por un pueblo colonial de siglos atrás, cuando aún los portugueses dominaban estas costas.

Paraty, el pueblo portugués de Brasil

El sonido del timbre de las bicicletas es la banda sonora de su empedrado, mezclado con las campanadas de las iglesias que se construyeron con la bonanza económica de los años del oro: la iglesia de los esclavos, dedicada a la Virgen del Rosario; la iglesia de Santa Rita, a la que acudían los mulatos libres; y la Capilla de Nuestra Señora de los Dolores, destinada al culto de los blancos, la élite colonial.

Iglesia de Nuestra Señora de los Dolores, Paraty

Paraty, el pueblo portugués es vigilado del ataque de los corsarios del Atlántico por el Fuerte Defensor Perpetuo, en el Morro da Vila Velha, desde donde se contempla su bahía de aguas transparentes y playas paradisíacas, rodeadas de montaña y selva. Las embarcaciones coquetas y coloridas regresan al puerto pesquero tras su paseo diurno. Los turistas recogen las toallas y las sacuden de arena amarilla: el relax continua tomando una cerveza.

Puerto

Atardece en Paraty y la brisa del mar hace bailar a las banderitas que decoran el techo de aire de las callejuelas. Se prenden las luces de colores de los bares y licorerías: este es uno de los lugares con mejor cachaza de Brasil, donde se realiza de forma artesanal y se vende en pequeñas botellas de formas divertidas. Para el que lo prefiera, puede tomársela directamente en una tranquila terraza, acompañada de limón, hielo picado y azúcar. Así es la bebida nacional brasileña, solo para valientes.

Atardecer en Paraty
Almacén de cachaza

Refresca bastante y se agradece una chaqueta de manga larga fina y un caldo verde. La noche la pasamos en nuestro hostel, el Ché Lagarto, muy recomendable por precio (8 euros la noche) la situación y el ambiente: ideal para hacer amigos mochileros de todo el mundo que también están recorriendo Brasil por su cuenta.

Hotel Che Lagarto

Al día siguiente sigue luciendo el sol así que en autobús urbano nos desplazamos hasta Trindade, uno de los pequeños pueblos en los alrededores de Paray. A tan solo 7,5 km las playas del paraíso se ubican en esta costa, salpicada de islas, con aguas turquesas rodeadas de pura naturaleza.

Playa de Trindade

Esa noche nos despedimos con pena al coger el autobús nocturno con destino a Sao Paulo, otra gran urbe en la que sé que echaré de menos la distensión y el tiempo que no pasa en Paraty, el pueblo portugués de Brasil.

Playa de Paraty

Lee la ruta completa en: Soñar Brasil, sentir el sur.

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Publicado por cosmopolilla

La vida es el arte de lo imposible. Licenciada en Comunicación Audiovisual, mi pasión es viajar. Desde 2013 lo cuento en mi blog.

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6 comentarios

  1. Siempre es agradable leerte. La forma de describir Paraty dan ganas de coger un avión ahora mismo y pasar allí un par de días viendo pasar el tiempo.

    El pueblo es precioso y que no haya perdido ese punto colonial lo hacen atractivo al viajero.

    Saludos Viajeros

  2. No hace mucho vi un documental sobre Paraty, la preciosa ciudad colonial que nos muestras. Hablaban de su festival literario, uno de los más importantes del mundo, durante el cual era habitual encontrarse con célebres escritores por su calles. Veo que tu no te encontraste ni con escritores ni con casi nadie, menuda paz… eso si, en el documental siempre estaba nublado, me ha hecho gracia leer en tu foto «por fin sol en Paraty».
    Un abrazo

    1. Pues mira algo que no sabía, el festival literario de Paraty… ¡Habrá que volver!
      Sí que llueve en Paraty, se encharcan todas las calles y se forman unos «lagos» tremendos, hay muchas fotos de las bonitas casas reflejadas. Pero yo tuve mucha suerte y estuvo soleado todo el tiempo, cosa que agradecimos porque nos llovió mucho en Ilha Grande, de donde veníamos, y apenas pudimos disfrutar de sus paradisíacas playas. Un abrazo

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