Agosto, 2017. Dibujas una media sonrisa. En tus ojos se refleja la curiosidad y la inocencia mientras observas, atónita, mi extraño atuendo. Yo no llevo un sari de brillantes adornos ni un punjabi. Saboreo el cremoso yogur blanco, una auténtica delicia típica de Bhaktapur mientras me pregunto si alguna vez habrás salido de esta ciudad herida, arrasada por el terrible terremoto hace poco más de dos años. Por suerte, tú no lo recuerdas. La cara más joven de Nepal me devuelve esa mirada limpia, generosa, que tanto me ha enamorado en estos días de sol y lluvia recorriendo sus ciudades y paisajes.
Viajar a Nepal después del terremoto… ¿Qué es lo que queda?
Katmandú, seis de la mañana y ya hay luz que se cuela por mi ventana. No es lo único. No sólo la claridad de un cielo gris a finales del Monzón me acompaña en mi primer despertar en esta ciudad extraña. También el tintineo de campanillas metálicas. En balcones y ventanas los vecinos prenden incienso y honran a sus dioses para agradecerles este nuevo día. Están vivos. Gracias, Shakti, la Gran Madre Creadora…
Estoy en Thamel, la zona más internacional de Katmandú repleta de tiendas de artesanía, tés, souvenires, restaurantes y hoteles. Pronto empieza el bullicio en este caos de personas, motocicletas, taxis a la caza del turista. En este barrio las huellas del seísmo son imperceptibles. Los edificios aguantaron más o menos el embiste. Los dañados fueron reparados pronto.
«Si no odias Katmandú ya estás preparada para ir a India». Pronto comprendo las palabras de unos amigos viajeros. Katmandú es intensa. Vacas, tráfico desmedido, ruido, contaminación y el trajín de gente que viene y va se convierten en una carrera de obstáculos por su laberíntico centro histórico de pagodas y santuarios hasta la plaza Durbar, en la que me detengo tan desconcertada como extasiada, estimulada por la novedad.
Giro de 360 grados. La gran explanada Patrimonio de la Humanidad, donde gobernaban y habitaban los reyes antaño, aún se recupera del duro golpe. Con el temblor palacios y templos fueron reducidos a escombros. Algunos otros permanecen, apuntalados, desafiando al desastre y resistiéndose a caer.
Por fortuna, los ojos azules de Buda no se quebraron. Me estudian desde esa stupa blanca y reluciente que corona la cima de Katmandú: Sayambhunath o el «Templo de los monos». Los primates habitan el mejor mirador de la capital nepalí correteando y saltando, a su antojo. El aroma del incienso flota en el aire. El murmullo de los fieles haciendo girar los molinos, también. Es la primera stupa que visito pero no la única: al este de Katmandú se ubica Bodhnath, la más grande de Asia, donde cada atardecer se congregan los monjes budistas. En las noches de luna llena, se prenden cientos de velas que emiten destellos como luciérnagas inmóviles.
El turbio y sagrado río Bagmati separa a Katmandú de una de las ciudades – estado más importantes del valle en la Edad Media: Patan. Un paseo por su plaza Durbar me contagia de tristeza: la que fuera la más admirable y monumental plaza de arquitectura newar de Nepal está mutilada. Su templo más antiguo, el de Jagannarayan, o la mítica estatua del rey Yoganarendra se perdieron.
Desde la ventana del Palacio Real observo cómo se afanan en la reconstrucción. El ruido de las máquinas, el trabajo incansable de transportar ladrillos para intentar recrear la gloria que fue… Se mezcla con el sonido de la música proveniente del otro lado de la plaza: hay un concierto benéfico para recaudar fondos destinados a las recientes inundaciones del Terai, el sur del país. Aún es pronto pero algunos hablan de que sus efectos han sido peores que los del terremoto. Parece que la furia de la naturaleza no da tregua, se ceba siempre con los más débiles. Y aún así sonríen. Aún así mantienen su calidez. Qué pueblo tan admirable el de los nepalíes.
Recorrer las calles del casco antiguo de Patan resulta un tanto desolador. A ratos me recuerda a una ciudad bombardeada, de esas que vemos en los telediarios de Siria y otros lugares olvidados. Sin embargo, los destrozos albergan joyas como el Templo Dorado, en el que decenas de mujeres alzan sus voces ante Sakyamuni, escoltada por Tara la Verde, Buda de la Iluminación. Quizá fue ella la que protegió los muros de este pequeño monasterio del S.XV, salvándolo.
Las huellas del terremoto también son nítidas en Bhaktapur, la conocida como «Ciudad de los Devotos». En la impresionante plaza Durbar recorro atenta las marcas del seísmo: estatuas de leones y elefantes quebradas, templos sagrados reducidos a astillas… Y, sin embargo, basta cerrar los ojos para imaginar su grandeza. El esplendor de una urbe medieval repleta de casas tradicionales: fachadas de ladrillo rojo con ventanas ornamentadas en madera y patios con pozo, que se trata de recuperar curando sus cicatrices.
De la pena a la admiración con tan solo caminar cinco minutos. Nyatapola es el templo más alto de Nepal, con cinco pisos y 30 metros de altura. De una estructura tan sólida, que el terremoto apenas causó un rasguño superficial. Parece que Siddha Lakxmi, la diosa hindú de la Prosperidad cuyo rostro sólo pueden contemplar sus sacerdotes, supo burlar al destino desde su altar sagrado en el corazón de este santuario.
Tras cuatro días recorriendo el valle de Katmandú el quinto toca viajar a las montañas: a Pokhara, la puerta del Annapurna, con una pequeña parada intermedia en la tranquilidad de Bandipur. Esta zona no fue dañada por el seísmo. Sin embargo, no se puede decir lo mismo del otro gran clásico: la ruta de trekking al Campo Base del Everest sí se vio afectada por corrimientos de tierras que tristemente sepultaron a varios montañeros. Aunque ya está abierta y transitable para los que se aventuran a admirar la cumbre del mundo.
En definitiva, ¿merece la pena viajar a Nepal después del terremoto?
Sin duda alguna. Es cierto que los daños aún son muy evidentes en el valle de Katmandú. Al país le costará muchos años y esfuerzo reconstruir lo que se derrumbó. Pero junto a los ladrillos apilados, junto a las montañas de escombros, se sientan los vendedores de flores para las ofrendas. Junto a la desolación va surgiendo la esperanza. Nepal es un país hermoso y fascinante. Para los amantes de la montaña y de los senderos perdidos, el Himalaya es lo más parecido a tocar el cielo. La candidez de su gente es un regalo más valioso que todas las fotografías de paisajes inolvidables.
Echa un vistazo al itinerario completo: ruta de 20 días por Nepal.
Sara de Viajar Lo Cura Todo
Yo estuve apenas un par de meses antes del gran terremoto y aunque haya habido daños, vale la pena totalmente. Qué gracia lo de «si no odias KTM, ya estás preparado para ir a la india» Totalmente cierto, además ese fue el recorrido que hicimos nosotros, y Katmandú me parecía caótica hasta que llegamos a Delhi.
cosmopolilla
Ja ja ja me imagino. Totalmente Sara, Nepal me ha robado el corazón y sólo es cuestión de años que vuelva a ser lo que era, hay que ir.
Jose
Por lo que veo parece que ya está todo bastante bien. Nosotros fuimos unos meses antes del terremoto y recuerdo imágenes de la plaza de Backtaput que me partieron el corazón.
cosmopolilla
Buf, es que la plaza de Bhaktapur se vino casi entera abajo, daba una penita ver los carteles de las fotos de cómo era antes… Pero ¡poquito a poco se van recobrando!
Maruxaina
Qué viaje más bonito aunque también, como dices algo desolador. Ojalá se vayan recuperando y no pierdan esas sonrisas ni la calidez de la que todos habláis.
Me alegro mucho que hayas cumplido un sueño viajero
cosmopolilla
Muchas gracias, guapa, a pesar de las adversidades son una gente fantástica. Hay que ir a Nepal 🙂