Copenhague. ¿Cómo se camina por una ciudad que has soñado, imaginado, intuido e incluso cantado incontables veces?
Cuánto deseaba encontrarme con Copenhague, adentrarme en ella hasta perder la noción del tiempo, aspirar su olor a mar sin sal. El encuentro esperado ha tenido lugar, por fin, en abril. Tres horas de vuelo desde Madrid y ya estamos en la fría primavera danesa, con muchas horas de luz brillante combinada con lluvia intermitente y cerezos en flor. Tres amigas y varios días por delante para explorar Copenhague sin prisas, a nuestro ritmo.
Aeropuertos, unos vienen, otros se van,
igual que Alicia sin ciudad.
El valor para marcharse,
el miedo a llegar.
Abrigo abrochado hasta el cuello y al bus. Mi primera impresión es la de ciudad ordenada y tranquila que marcha armoniosamente al ritmo que marcan las ruedas de miles, millones de bicicletas. Con perritos, flores, de colores, pequeñas y grandes, con transportín para bebés… ¡Copenhague es la ciudad con más bicicletas del mundo!
Cruzamos canales de agua quieta como un espejo reflejando casas y cielo, parques verdes con tulipanes empezando a despertar. Casi enseguida estamos en el centro, en sus calles peatonales repletas de tiendas concurridas. Incluso bien cerrada la noche me sorprende la vida que tiene Copenhague.
Pasamos por plazas de fuentes con animales como surtidores: patos, dragones… El Ayuntamiento se alza imponente con su fachada neorrenacentista inspirada en el de Siena, pero incorporando motivos daneses como estatuas de osos polares vigilando los alerones.
En esta plaza enorme de fondo se oyen los gritos de emoción de los visitantes de Tïvoli, uno de los parques de atracciones más antiguos del mundo. Detrás, en la curiosa “Torre del Tiempo” asoma la señora avisando que hay que coger el paraguas; si hace sol, el señor con bicicleta. En esta época su movimiento es casi un baile.
Nuestros pasos se pierden de nuevo por las callejuelas hasta el castillo, hoy parlamento. Desde su torre dicen que se divisan las mejores vistas de Copenhague, pero hemos llegado tarde y no podemos subir… Por la otra puerta frente a la casa del primer ministro un golpe de conciencia sobre los devastadores efectos del cambio climático: un oso polar “pinchado” a modo de protesta. Estos daneses empiezan a caerme bien.
Cae la noche y se prenden las luces. Es hora de dirigirnos al Vesterbro, el barrio de pubs más animados buscando el mejor precio de una Tuborg, ya que aquí las coronas parece que se desvanecen del monedero. Sí, la vida al norte del mundo es muy cara, acorde con el nivel de vida de los daneses. Dan fe de ello los 25 euros que nos cobran por tres pintas de cerveza local.
En el nuevo día el sol ha amanecido demasiado temprano, despistándome y aumentando mi ansiedad por aprovechar bien las horas. Pero enseguida estamos de nuevo en marcha y encontramos la postal que inevitablemente estaba deseando: el canal de Nyvah.
Casas de colores pastel apretujadas, mástiles largos apuntando al cielo y un señor de pelo blanco que amarra las cuerdas con manos expertas. Las gaviotas protestan y los turistas guardan sus cámaras apresuradamente: comienza a caer una lluvia fina que se transforma en diminutos copos de nieve. Yo no me quiero esconder. Ni siquiera hace ya frío. Es un instante mágico de esos que sé que voy a atesorar siempre.
Llueve en el canal, la corriente enseña
el camino hacia el mar.
Todos duermen ya.
Complicado dejar atrás el canal de película, llueva o nieve. Conseguimos arrancar prometiendo volver con sol… Y lo haremos todos los días, esperando el momento idóneo para coger ese barco de guiris que da todo el paseo mostrando Copenhague desde el agua: «turistadas» maravillosas y muy necesarias.
Dejarse llevar suena demasiado bien. Jugar al azar, nunca saber dónde puedes terminar… O empezar…
Nos volvemos a perder por su entramado de calles que discurren paralelas al puerto. Saludamos a los guardias solemnes, marcando el paso a la hora convenida en la plaza de la reina Amalien. La cúpula gigantesta de la iglesia de Frederik domina todo el fondo: es una de las más grandes del mundo.
Un poco más adelante y ahí está varada en la orilla: la triste Sirenita. Exiliada del su hogar el mar, abandonada por su amor el príncipe que se casó con otra (lo siento por los amantes de Disney, el cuento original de Andersen acaba así…) Entiendo que el chileno de Benedetti se enamorara de ella hasta fundirse en un abrazo de nieve. No entiendo que a muchos decepcione su frágil figura. Sinceramente, ¿que esperaban? A mí me parece hermosa y eterna esta extranjera de algas y espuma, que ya nunca está sola si no rodeada de admiradores efímeros como yo.
Un instante mientras los turistas se van.
Un tren de madrugada consiguió trazar la frontera entre siempre o jamás.
Cruzar puentes y canales hacia lugares libres y prohibidos, Christiania para asomarme a «un mundo feliz». Al Norrebro, el barrio de los modernos… Plazas repletas de flores. Castillos románticos en parques. Cafés en librerías y lavanderías. Un bocado de dulce con sabor a canela. La animada Street Food Market donde compartir hoguera y mesa y conversaciones en ingles con desconocidos.
Dejarse llevar suena demasiado bien. Jugar al azar, nunca saber dónde puedes terminar…
O empezar…
En esta entrada recién aterrizada de una Copenhague que me ha traspasado sólo he tratado de verter emociones y sensaciones. Pronto escribiré más sobre esta ciudad, sobre Christiania, el castillo de Hamlet o cómo hacer un viaje low cost a Copenhague, que es posible. De momento me quedo soñando con volver a sus canales y gastar en Copenhague unas horas de más…
Ella duerme tras el vendaval.
No se quitó la ropa.
Sueña con despertar
en otro tiempo y en otra ciudad…
(«Copenhague», Vetusta Morla)
Muy buena la entrada. Las fotos desde luego son sensacionales, y reflejan al completo la belleza de la ciudad. También quería resaltar el diseño tan encantador que le has dado al blog, felicidades!
Un saludo.
Hola Pablo, muchas gracias, le echaré un vistazo.
Un saludo 🙂
En el artículo Copenhague al referirse a la Sirenita nombra como chileno a Brnedetti y es de nacionalidad uruguaya. Muy interesante su artículo.
En el artículo Copenhague al.referirse a la Sirenita nombra como chileno a Brnedetti y es un escritor uruguayo. Saludos muy interesante su artículo
Hola Eduardo, muchas gracias por tu comentario. Cuando hablo de la Sirenita y el chileno enamorado me refiero a un cuento de Benedetti donde habla de este amor imposible, no de que Benedetti sea chileno. Se llama «La sirena viuda» (Despistes y franquezas, 1989) y te lo recomiendo. Un saludo