Christiania
Dinamarca Europa

Christiania, «un mundo feliz»

Escrito por la
el
10 mayo, 2016

Guarden sus móviles y cámaras en la mochila. Estamos entrando en la “Ciudad Libre” de Christiania y hay que respetar las normas. Como indica el cartel se prohíbe correr, hablar por el móvil, hacer fotografías o grabar en vídeo. Por lo tanto, lector, desde ya te advierto que este post es pura letra y sólo verás una imagen: la de la entrada, tomada justo antes de internarme en sus entrañas.

La “Ciudad Libre” de Christiania.

Reconozco que sentía mucha curiosidad y también un pelín de morbo, por qué no decirlo, de venir hasta aquí desde que supe de su existencia. Una ciudad dentro del propio casco urbano de Copenhague, una especie de isla verde rodeada de agua donde son los vecinos quienes se gestionan como comunidad desde que la fundaron en los 70. Hoy tiene un estatus semilegal y es conocida como The Green District porque entre sus calles destartaladas se venden y consumen drogas blandas.

La verdad es que he oído de todo: un lugar maravilloso que hace honor a su nombre de «sociedad libre», donde impera el buen rollismo estilo Amsterdam y sus alegres Coffee-Shop. Es cierto que por las bicicletas y los canales se asemeja bastante al recuerdo que tengo de la capital holandesa. Para otros, un sitio bastante decadente que hay que evitar. En fin, mejor verlo y experimentarlo por mí misma: colorida y controvertida, Christiania más que un barrio es un modo de vida que no me quiero perder en mis días deambulando por la bonita Copenhague.

Fuente: google maps

Fuente: google maps

Origen e historia de Christiania.

¿Cómo surgió este lugar? Junto al puerto de Christian en 1971 existía una zona cero, un área cercada que antes había sido militar, ahora abandonada. Unos vecinos decidieron tirar la valla y adentrarse en ella, reclamando este espacio verde como parque, donde sus hijos tuvieran sitio para jugar. Poco a poco fueron llegando más colonos hastiados de la vida capitalista. Se establecieron allí, en este parque boscoso de 34 hectáreas, de modo más o menos permanente y proclamaron estos territorios como Ciudad Libre, con sus propias leyes: no policía, no impuestos, no gobierno. Se establece una vida comunal en la que no existe la propiedad privada y «todo es de todos». Así pintado suena a «un mundo feliz».

¿Y qué hizo el ayuntamiento de Copenhague? En principio lo toleró, aunque en múltiples ocasiones ha intentando expulsar a los habitantes de Christiania y recuperar el control de la zona, sin mucho éxito. En 1989 el gobierno de Dinamarca tomó cartas en el asunto y aprobó la Ley de Christiania, con la que transfería parte de la gestión del área de Copenhague al estado danés, aceptando mantener el asentamiento en aras de una futura legalización.

Aún así, hoy el conflicto no se ha cerrado y de vez en cuando se reabren los debates respecto a la propiedad del terreno y el mercado de drogas. En 2012 los 850 habitantes de Christiania adquirieron gran parte de los terrenos de forma conjunta, pagando un alquiler comunitario y las facturas del agua y la electricidad. Aunque se supone que es una zona libre de policía, las redadas han aumentando en los últimos años deteniendo a compradores y vendedores de elixires prohibidos de la felicidad.

Mi visita a Christiania en Copenhague.

Con todos estos antecedentes en mi cabeza nos bajamos en la parada de metro más cercana, Christianshavn, una plaza repleta de bicicletas. Sobre los tejados sobresale el pincho puntiagudo y dorado de la Vor Frelsers Kirke o Iglesia del Salvador, como queriendo atraer hacia a ella las «almas perdidas», que no se entreguen a los brazos de la vida viciosa. La rodeamos un poco desorientadas buscando la puerta de la ciudad polémica entre los muros, como quien busca un agujero en la pared del tipo «Andén 9 y 3/4».

No tardamos mucho. Una casa pintada de verde con alegóricos dibujos de hadas, duendes y un sonriente dragón da paso a un arco donde se indica el acceso. Sólo con echar esta foto ya me han mirado mal. Toca «portarse bien» y guardar la cámara y el móvil. No quiero tener problemas. En la guía leí una seria advertencia sobre esto: realmente se pueden sentir molestos si te ven tomando fotos, increparte e incluso se han dado casos de agresiones a turistas indiscretos.

Entrada a Christiania

Entrada a Christiania

Penetramos por el estrecho pasillo y nos cruzamos con una señora de ojos en órbita, casi arrastrándose. Su piel no es más que un pellejo colgante, lleno de agujeros. Me estremezco y me quedo muy fría. Me recuerda demasiado a esas imágenes aterradoras de mi infancia a finales de los 80, cuando la heroína causaba estragos. ¿Es esto una buena idea? La muerta viviente se aleja y decidimos que ya que hemos venido hay que seguir…

Entre los árboles surgen chozas, almacenes, casas de colores repletas de murales y dibujos. En grande un cartel escrito en tiza: «Police fuck you». Las señales de prohibido cámaras son demasiado visibles como para hacerme la despistada. Los que somos turistas se nota a la legua, caminando despacio y fijando la vista en todos los detalles, entre sorpresa y aprehensión, a diferencia de los que vienen a «pillar» que andan solos y decididos queriendo ser invisibles. El guía del free tour nos dijo que no tuviéramos miedo: Christiania es tan segura como cualquier parte de Copenhague. Pero aún así vamos con cautela, pasando de puntillas por un lugar al que no sabes bien si eres bienvenida o no.

En la explanada se venden todo tipo de artesanía y recuerdos: camisetas con frases gamberras, bolsos, mochilas, pulseras… Nos relajamos un poco después de aquel primer impacto y miramos todos los cachivaches. Nos adentramos por la Pusher Street o Calle del Vendedor de Estupefacientes. El olor de la hierba flota en el ambiente y toda la calle es un tenderete de enormes trompetas de marihuana y hachís que dispensan dependientes con la cara totalmente cubierta por negros pasamontañas

Los adoquines se acaban y se convierte en un caminito de tierra que se bifurca. Bares y terrazas con bancos de madera donde los jóvenes fuman y beben con música de fondo. Dudamos si comprar unas cervezas e integrarnos, porque no acabamos de sentirnos cómodas allí… La visión de cuatro chicos en un banco totalmente inmóviles, en pleno viaje astral, nos disuade y nos alejamos. La vegetación se hace más espesa y las casitas de madera, más pequeñas y auténticas, ya sin pinta de casas ocupas.

Parece que aquí ya empieza la «verdadera Christiania», con jardines de flores y esculturas al aire libre, viviendas entre el bosque, guarderías… En torno al lago donde juegan los niños en su mundo feliz. Pero de eso nos enteramos después, ya que abandonamos la Ciudad Libre cruzando el canal y nos vamos a la «Street Food Market». Bebiendo una cerveza junto a una hoguera al aire libre un francés que trabaja de camarero nos contará sobre esa otra Christiania, donde viven «de verdad» sus vecinos y no donde la gente se va a divertir.

Yo me he despedido con una sensación agridulce del cartel de la salida «You’re now entering the EU» de vuelta al mundo conocido e infeliz. ¿Me ha gustado Christiania? No lo sabría decir. Es curiosa y pintoresca, verde y luminosa a la par que oscura y sórdida…

«Una sociedad  no puede ser duradera sin gran cantidad de vicios agradables.»

 Un mundo feliz, Aldous Huxley.

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15 Comentarios
  1. Responder

    Irene

    13 mayo, 2016

    aYYYY, Christiania…

    el ideal, la utopía, la libertad… al final, las cosas no suelen ser tan diferentes en comunidades creadas en contra de lo establecido; igual tenemos un poco de esta sociedad que hemos creado. Me ha encantado el relato y si siempre he tenido ganas de ir, ahora aún más. Estos lugares hay que experimentarlos.

    Un abrazo,

    Ire

    • Responder

      cosmopolilla

      16 mayo, 2016

      Total, todo tiene sus luces y sus sombras. Pero como digo curioso es y hay que ir a experimentarlo 🙂
      Un abrazo Irene

  2. Responder

    Paula

    3 febrero, 2017

    Yo tuve dos experiencias allí. La primera nocturna y bastante «terrorífica». Solo a un compañero y a mí, de 10 que íbamos se nos ocurre ir allí nada más llegar a la ciudad, de noche y a tomar una cerveza. El tío con el que compartíamos mesa, pinchándose a nuestro lado y, cuando fuimos a la barra, un señor, entre música country, intentó «comprar mis servicios» a mi amigo. Todo muy normal.

    Al día siguiente, volvimos ya de día con todo el grupo con el que íbamos. Fue una visita más normal y turística. A la salida, eso sí, la policía nos registró de arriba a abajo uno de los dos coches, con los que íbamos. Veníamos de Holanda, y yo no fumo, pero Imaginaos el susto de algunos de mis compis Erasmus :p.

    Guay recordar ese sitio contigo ;). ¡Besos, guapa!

    • Responder

      cosmopolilla

      4 febrero, 2017

      ¡Uf! Pues valiente fuiste de volver después del panorama de la primera noche ¡menudo susto! je je je como cuento a mí me causó sensaciones encontradas, pero sin duda es un lugar curioso que hay que visitar. ¡Un abrazo!

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